Ahora tengo la cabeza austeramente encajada entre su hombro y la almohada: sin virguerías ni finezas, simplemente, la polla trabajándole la piedra de amolar. Dos por dos, cuatro. Tres por dos, seis. Deja de besarle la boca, trabájale las orejas. Que me voy. Suspende todo movimiento y bésala reflexivamente, en cámara lenta para que ella se entere de lo que pasa: te estoy besando. Retirada en un noventa por ciento, cosquilleo de clítoris con mi miembro reproductivo masculino, notar las contracciones de su cuerpo, poderosa sonrisa a media luz. Introducir sólo el casco, notar el agarrotamiento de sus músculos y la ténsión de sus brazos contra mi espalda, suplicantes, sacarla casi del todo... y entonces..., esperar... ¡UF! Ella se tensa y después se relaja.
Bombear como un pistón, dale tío, dale. Mano sobre el estómago, bajarla hasta la agitada marea de pelo pubiano, reducir presión, subir las piernas, que me voy, calma clama. Tres golpes rápidos, luego tres lentos y otros tres rápidos. Primero despacio y suave, luego rápido y brutal, luego despacio y suave. De repente ella grita, levanta y abre las piernas, me llama desde el fin del mundo, me agarra las nalgas con las manos, ¡no lo hagas! Trece por dos, veintiséis, trece por tres, cuarenta y nueve, trece por cuatro, cincuenta y dos. (En lo que se refiere al aspecto físico, por cierto, todo esto resulta absolutamente insoportable.) Accidentes laborales, granos, apicultura, tampax rebosantes de pus...Piensa en un poeta: Porque no espero que las sirenas se vuelvan a mí para cantarme porque no espero conseguir que no me toques con tus manos porque no creo que canten sobre las sábanas ensangrentadas porque nada puede quedar no espero el dolor el dolor. El cuerpo enlazado en un látigo gigante, la torcida mantis religiosa macho, que pronto será devorada. Envejezco envejezco notaré sus uñas oiré el relincho dame fuerza Oh pueblo mío deja de afirmarte ante el mundo y niega entre los calcetines no sientas nostalgia del jardín donde el final lo ama todo diez más cinco más el baño en el jardín el jardín en el desierto de la sequía, escupiendo por tu boca la seca pepita de la manzana.
(Ahora me corro, una muestra seminal en la funda de goma; pero la cuestión no es ésa.) Agitándome con la fuerza de diez hombres, cada segundo de agonía lúcida, rechinantes impulsos, genitales machacados. Después me deslicé desamparado por la espumosa oleada de culminación, empujé y empujé mientras el maremoto se rompía en mil corrientes extrañas. Y ella se corrió bajo mi cuerpo muerto.
_____________________________________________________________________________Decía no se quién, que para poder ser escritor tenías antes que dar una vuelta al mundo, follarte a mil mujeres, enamorarte, asesinar a un hombre, pasar una noche en la cárcel...
¿Qué es lo que nos pasa por la cabeza cuando nos pasa por la cabeza? ¿Cómo acceder a ello?
Todo está interrelacionado por los elementos que rozandose, tan siquiera con nosotros acaban comprometiendonos, Teoría ecológica de Brofrenbrener.
El condicionemiento clásico y operante, tan críticado y tan utilizado. Nos condicionan a desear lo que tenemos y cuando dejamos de tenerlo seguimos condicionados por ellos. La pérdida duele. ¿pero como se manifiesta en bruto por nuestra cabeza?
Coles de bruselas. Dos gotas en el desayuno. Tres gotas en la cena. Mantengase fuera del alcance los niños. Hambre. Sombrero con pluma de faisan. Primer plato. Segundo plato, postre, desnatado. Hambre. Niños con helado. Mujer que grita. Mi mujer. Preparaba platos exóticos. Sueño. Ella no.Pensamos sin tenernos en cuenta. Pensamos sin absurdas teorías psicológicas. La inteligencia de la conciencia no está incluida en ninguna de las inteligencias múltiples de Gaadner. Répasalas. Que no sirve de anda. Esto es lo que tienes. Y no tiene nada que ver con lo que enseñas. Y tampoco puedes verlo. Así que relájate. Nadie recuerda lo que piensa cuando folla.
¿O sí? Pieles. Sensaciones. Una forma distinta de besar.
ç
Me leí “El libro de Rachel” de Martín Amis, solo porque coincidí con este fragmento. El discurso directo de la conciencia de Charles, un chico de 19 años, manipulador, inseguro, frío e inteligente, que se está follando a la mencionada Rachel. Y qué polvo.
¿Cómo funcionan nuestras mentes y qué hace que sean tan diferentes algunas de las otras? ¿Somos capaces de recordar las miles de palabras que rondan nuestra cabeza cada nuevo segundo? Está sería una pregunta para Joyce.
¿Cómo piensa quien te tiene encima? ¿Cómo piensa el de debajo? ¿Nos importa? Realmente menos que nada. Nuestra sangre se entretiene por otros lares. Y forma esos corazones a los que algunos llamamos amor. El sexo es importante, pero sin embargo ya no es ni tan siquiera suficiente.
La literatura sin embargo tiene un filon con esto. Mi querido Bukowski. Michel Houllebeq. Probamos tanto sexo que nos hartamos del sexo. Somos capaces de desfragmentarlo.¿Cómo conseguir escribir algo como lo que le pasa por la cabeza a Charles sin volverse loco, sin desearlo y sin acabar pensando en otra cosa que no sea...
Estamos ante el discurso de la conciencia para la nueva inconsciencia del siglo 21.
El sexo ya nos aburre. Y exploramos otras cosas. Ya no nos vale con el beso al final de la película, ni tan siquiera con esa música de ascensor y la cámara enfocando a un fuego de chimenea. Ahora queremos carnaza. Somos unos adictos al morbo. ¿Y qué más dará?
Rachel era una mujer cualquiera, no, no lo era. Rachel fue un logro. Fue una medalla que colgarse al cuello. Porque nuestro querido Charles lo único que quería era presumir de ello. La verdad es que Rachel era un poco tonta. Un poco como todas nosotras lo somos. Y el estaba un poco enamorado. Supongo que como todos los Charles lo están. E incluso me atrevería a decir que eso es lo que suele pasar. Pero el amor se pasa. Y quedan los recuerdos.
Charles es un personaje como dios manda. Frustado e incoherente con sus propios actos, manipula todo lo que pueda permitir a alguien conocer como es en realidad. Cuadernos llenos de anotaciones absurdas sobre temas de conversación, sobre qué ropa llevar y cómo comportarse con cada persona. Un libro para Rachel. Qué libros dejar sobre la cama. Qué música poner. Qué caja de condones utilizar. Charles y sus manias. Charles hipocondriaco. Charles feo. Charles no querido. Charles da pena. Y mucha. Un personaje así no te lo encuentras todos los días. Aunque a veces si nos topamos con personas así.
Puestos a buscarlas, os dejo el libro para encontrarlas.
El libro de Rachel, Martin Amis, Compactos Anagrama, Octubre 1985